Una de mis abuelas nació el mismo año en el que Arthur Conan Doyle publicó “Las Aventuras de Sherlock Holmes”. Mi hija nació el mismo año en el que apareció ChatGPT. De 1892 a 2022 han pasado unos cuantos años. Es curioso haber compartido mesa con personas de tres siglos diferentes.
He hablado con soldados que lucharon en la Segunda Guerra Mundial, en la guerra civil española y en la guerra de los Balcanes, he visto caer el muro de Berlín, vi como Hong Kong “volvía” a China, nací antes que Google, he visto el nacimiento de las redes sociales y me he quedado en casa por el COVID. En resumen, he usado demasiadas veces la expresión: “esto lo cambia todo y ya nada será igual”.
Y llegó la inteligencia artificial.
A estas alturas la incertidumbre debería de ser algo de lo más natural y, sin embargo, es un estado que nos aterra. Cuando hablo con amigos sobre la pandemia del COVID siempre se expresan en términos como cansancio, tristeza, miedo y pocas veces sale la palabra incertidumbre (cuando lo hace dura muy poco en la conversación).
¿Cómo puede ser? Pasamos meses si saber realmente qué pasaba, tomando medidas que no sabíamos si eran efectivas, desconocíamos cuando iba a terminar, ni siquiera sabíamos si iba a ter fin. Estuvimos sumidos en la incertidumbre mucho tiempo, pero no queremos recordar eso.
Salvando todas las distancias que queramos, la Inteligencia Artificial nos ha traído también una buena dosis de incertidumbre. Hay quien está celebrando por todo lo alto su llegada y hay quien busca una cueva en algún paraje remoto donde esperar el apocalipsis. Mucha otra gente prefiere no pararse a hablar del tema porque “no saben donde vamos a ir a parar”.
Otros hemos tomado conciencia de la importancia que tiene este avance, pero vamos dando pasos lentos, dudamos, avanzamos a tientas y reconocemos que nuestra última apuesta fue un error o descubrimos aciertos inesperados mientras aprendemos a diario. Con este punto de vista publicaremos una serie de artículos donde no pretendemos sentar cátedra, sino compartir una experiencia. En Atland queremos recuperar el espíritu original de internet cuando compartir era una forma de ir juntos en post del conocimiento porque sabíamos que nos encontrábamos ante algo muy grande que no podíamos asumir en solitario.
Vamos paso a paso
Además de lo poco que no gusta la incertidumbre, hay otro elemento que está haciendo difícil saber cuál es el estado actual de la Inteligencia Artificial: va demasiado rápido y no es fácil de entender.
Una de las primeras cosas que necesitamos tener clara es que llevamos mucho tiempo usando la inteligencia artificial. Está en las herramientas de traducción, en los correctores, en los navegadores del coche. Entonces, ¿a qué viene esta “revolución”?
A que ya no utilizamos dispositivos y programas con inteligencia artificial, sino que interactuamos directamente con ella y podemos usarla de manera personalizada.
No es una cuestión menor. Que el gran público pose sus manos sobre algo significa una mayor cuota de mercado y provoca una carrera por posicionarse frente a ese cliente potencial que no es otro que el Homo sapiens, todos y cada uno de nosotros en mayor o menor medida.
Se han abierto las puertas del circo y todos corren a posicionarse en la pista de los milagros, en la del apocalipsis, en la de los beneficios o en la que queda sitio (hay para todos los gustos). Esa es la razón por la cual se ha convertido en un ejercicio de estrés intentar seguir la actualidad sobre las herramientas y actualizaciones del sector.
Buscar información de calidad no es ni fácil ni rápido y mucho menos si buscamos información que comparta sus fuentes para poder saber al menos de donde se sacan sus conclusiones. En esta carrera futurista, incluso los medios con mejor reputación se han equivocado y han dado voz a gurús oportunistas y predicadores del apocalipsis. Los mismos que hablaban del COVID, de volcanes islandeses, de la guerra de Ucrania y de Gaza ahora nos explican la Inteligencia Artificial con argumentos que parecen sacados de ChatGPT con un prompt mal hecho.
Todo esto gracias a que se ha democratizado la parte más sencilla de la Inteligencia Artificial. Lo más potente sigue en fase de desarrollo o con acceso para unos pocos.
Mi experiencia personal
Una de las primeras cosas que hice al ver el crecimiento que estaba teniendo la Inteligencia Artificial fue buscar la manera en la que me podía facilitar la vida. Soy un profesional independiente que trabaja desde un pequeño pueblo del norte de España, muy cerca de donde nací. El mundo que hay ahí fuera es competitivo y despiadado para alguien como yo. Cualquier cosa que me sirva para seguir mi camino es bienvenida, ya sean un par de buenas botas, una mano amiga o una revolución tecnológica.
En mi trabajo hay muchos procesos rutinarios que consumen tiempo y no aportan valor, pero que ocupan gran aparte de mi jornada laboral. La Inteligencia Artificial afecta a gran parte de esos procesos haciéndolos simples o encargándose de hacerlos por completo. Poco a poco iba incorporando herramientas hasta poder trabajar como si tuviera a alguien contratado. De repente pasé a ser un profesional con más valor y mayor capacidad de producción.
Aproveché la situación para ofrecer nuevos servicios a mis clientes o mejorar los que ya teníamos acordados. No está nada mal si tenemos en cuenta que las aplicaciones que uso (todas en su versión de pago) tienen una capacidad muy reducida si las comparamos con las que se están usando e investigando a día de hoy en medicina, farmacia o logística.
Así da gusto… o quizá no.
En breve, aquello que yo ofrezco como novedad será una habilidad más, no una ventaja competitiva. Gran parte de lo que yo hago y que me permite ganarme la vida se realizará en cuestión de segundos con un software que cueste 20 € al mes.
Entonces mi ventaja desaparecerá.
Adquirir nuevas competencias y reforzar aquellas que me dan valor, será la estrategia que me permita seguir trabajando en el mismo sitio en el que escribo esto rodeado de aves, ciervos, lobos y osos. Yo me lo puedo permitir y ya he vivido desengaños antes.
La aparición de internet me dejo clavado a la silla, la web 2.0 y las redes sociales me hicieron saltar de alegría y mis propios fracasos así como la lectura de Evgeny Morozov me hicieron empezar a mirar con más distancia el “milagro tecnológico”. Pasé de pensar que las redes sociales eran un espacio abierto y horizontal a ver como se convertían en nuevos canales de entretenimiento pasivos cuando no eran espacios polarizados donde la conversación era imposible.
Ahora ya sabemos que sólo las grandes empresas pueden pagar a un Community Manager y los resultados de analítica de la mayoría de las páginas webs no sirven para sacar ninguna conclusión. Los proyectos pequeños y medianos que entraron en lo digital como el espacio de la oportunidad se han topado casi con las mismas dificultades de siempre.
Pero mañana por la mañana.
El bisabuelo de mi mujer se ganaba la vida transportando mercancía en un carro de madera tirado por bueyes (el último que tuvo lo tenemos en casa). El primo de mi mujer es camionero y hacer viajes a toda Europa. Los dos se dedican a lo mismo, pero la tecnología lo cambia todo. Esa ganancia de productividad la he tenido yo en poco más de un año en lugar de necesitar tres generaciones.
Mañana encenderé mi ordenador y me pondré a trabajar antes de que salga el sol y después del café. Lo primero que haré será abrir varios programas, todos ellos con Inteligencia Artificial y es posible (depende de cuando leas esto) que tenga que abrir alguna de las aplicaciones de Inteligencia Artificial que tengo contratadas para: generar texto, editar fotos, editar audio y transcribirlo. Podré seleccionar vídeos breves en base a keywords, mejorar la calidad de imágenes y de sonido de manera individual a cada participante de un pódcast, reciclar texto y redactar resúmenes y cta´s. Estamos en abril, ya veremos lo que soy capaz de hacer antes de que acabe el año.
Ahora mi rutina de trabajo fluye, pero no ha funcionado así a la primera. Las tareas más rutinarias se vuelven casi invisibles, las hacemos de manera automática y lo último que nos apetece es pensar en ellas. La inercia es una fuerza poderosa y encontrar el momento en el que parar a pensar las partes más estables de nuestro trabajo es una carrera de obstáculos que nos ponemos nosotros mismos: ahora no tengo tiempo, ya me gustaría poder ponerme a ello, … Es el conocido como sesgo de la repetición que viene a decirnos que si llevamos haciendo mucho tiempo algo de la misma manera y funciona casi mejor no modificarlo. En realidad es una manera de ocultar la resistencia al cambio porque ni siquiera nos planteamos la posibilidad de mejorarlo.
Ocurre siempre que hay una innovación. De hecho, hay gente que aún no ha digitalizado su trabajo cuando a día de hoy es más costoso mantenerse en esa posición que dar el salto a lo digital. Con la Inteligencia Artificial la cuestión toma un cariz más fantasioso al estar rodeada de una aura de autonomía, como si fuera una fuerza capaz de desplazarnos y restarnos importancia y capacidad a los humanos.
Demasiada ciencia ficción.
Todo lo que yo hago con Inteligencia Artificial lo hago yo, me explico. Soy yo quien le dice al software lo que tiene que hacer y como, soy yo quien acepta o rechaza los resultados. Con el paso de los días yo manejo mejor las herramientas y con cada actualización las herramientas mejoran. Lo que no cambia es que la última palabra la tengo yo.